Viernes por la tarde, momento de reflexión después de una semana de trabajo.
Y esta, en concreto, se ha caracterizado por la reincidencia en el dilema moral ¿he de amar a mis padres aunque me hagan daño?
La conclusión a veces es dura, pero necesaria: NO. Hay padres con un título oficial sacado en alguna feria de pueblo de tercera, que se merecen una orden de alejamiento, un careo con la realidad, el decirles a la cara que la paternidad no es derecho, es obligación, y que los hijos no tienen por qué ser insultados, humillados, vejados, atemorizados...¿por cuanto tiempo? A veces décadas, años de sufrimiento en silencio por el débito filial sin poder separar lo biológico de lo emocional.
Hay padres que descargan sus frustraciones diarias en sus hijos, les exigen rendimientos académicos fuera de la realidad (tal vez porque en su vida han pisado una universidad), que les mienten sobre las realidades de un divorcio, que les expulsan de su lado "porque les tienen hartos"...Y sí, a terapia les mandan, estupenda solución: "vete a la psicóloga porque no hay quien te entienda, eres débil".
Desgraciadamente cursan con agorafobias, depresiones severas con ideación autolítica, ansiedad, trastornos de pánico, desesperanza, desilusión...son muñecos rotos que sólo pueden repetir: "y qué voy a hacer, es mi padre"
¿A quien hay que tratar? ¿al que lleva en la cara la palabra maltratador?, ¿hacer una terapia para que una persona deje de ser leal a sus padres a pesar de los pesares?
Educar a un hijo no es vejarlo. La paternidad no es una patente de corso. Qué lástima me da ver a tantos padres angustiados ante hijos insufribles y al contrario, chicos, mujeres, hombres...incapaces de decir basta, de separar lo ético de lo necesario para la supervivencia. Es triste decirle a alguien: aléjate de tu familia por tu salud mental... varios esta semana. ¿Qué nos está pasando? ¿Son nuestros hijos la víctima propicia de descargar nuestras propias frustraciones?
